Sufro mucho el llegar solo a eventos sociales. Hay algo sobre ser visto por todos mientras cruzo la puerta cargando un doce que me hace sentirme indefenso. Toda la atención se enfoca en tí, cómo si fueras el invitado especial en un episodio de Otro Rollo con Ádal Ramones. Son todos ellos contra mí. Tal vez por eso me gusta llegar temprano, es como meterse al jacuzzi cuando está tibio y dejar que gradualmente se eleve la temperatura, y no meterse cuando ya esta hirivendo y tener que hacerlo con mucho cuidado.

Cuándo llegas en grupo la atención se divide. Sí eres tan sabio como yo, le abres la puerta a los demás para que pasen antes que tú. Dejas que ellos saluden a todos mientras te diriges a donde estan las bebidas con un «¿Dónde puedo dejar esto?», levantando simultáneamente el doce de Whiteclaws que es, ya sin lugar a dudas porque lo levantaste, el «esto» que quieres dejar.

Te haces güey un par de minutos vaciando el cartón en la hielera y para entonces ya estuviste ahi suficiente tiempo para que alguien se acerque a hablar contigo y tengas una excusa para no haber saludado a todos los que llegaron antes que tú. «Perdón, es que me distraje hablando con Fulano.»

Cuándo era aun más jóven y dependía de mis papas para llevarme a las fiestas, sentía un nudo en el estómago los veinte minutos que pasaba en el auto. Mi cuerpo entendía que estaba próximo a pasar directamente de estar con mi mamá, el primer bastión de amor incondicional, al coliseo gladiatorio que son las reuniones de adolescentes, donde inventaron y perfeccionaron el juicio incondicional. Te digo ahora, no hay criatura más cruel que un mediano humano hormonal, excepto tal vez por un niño aún menor que no ha sufrido aún y carece de tacto y empatía.

Y luego inventaron el pre-copeo. O tál vez ya existía pero yo todavía no bebía. El punto es que ahora te dejan alcoholizarte antes de llegar, para que todo el sufrimiento y la ansiedad social la sufras el día después y no antes. A todos les vas a caer mejor si llegas con un par de copas encima.

Al principio todo la conversación es superficial y las bebidas, que todavía saben a alcohol, pesan más que el agua. Eso no significa que no haya empezado por ahi una de muchas cuentas regresivas. Sabes que trajiste doce latas, pero cada vez que abras la hielera va a haber menos que las que dejaste la vez pasada. Estás en una carrera contra aquel bien conocido mal del «yo no traje nada pero lo que está en la hielera es de todos, ¿no?>». ¿Qué hacer? ¿Tomas rápido para economizar? O, ¿cuidas el paso para acordarte de la mayoría de las pendejadas que dijiste esa noche?

Cómo esa cuenta regresiva hay otras. ¿Alcanzará el tiempo para que salga la canción que pusiste en la fila del Karaoke? ¿Alcanzará el tiempo para que, de manera natural, acabes platicando con la persona a la que le debes una conversación honesta? ¿Alcanzará el tiempo para que, cuando alguien se quede callado, te armes de valor y decidas ser vulnerable, expresando lo que desde hace tiempo te ha pesado? ¿Alcanzará el tiempo para que, cuando todos a tu alrededor empiecen a ceder a sus impulsos primitivos, estés en el lugar correcto con la persona correcta y esta ceda sus propios impulsos primitivos? ¿O te va a pasar lo de siempre, que te quedas solo, convirtiendote en expectador en tu propia vida?

Yo solo intento desterrar la inhibición lo más rápido posible, no porque no me importe lo que suceda, sino porque mientras posea esa deshinibición, las cosas que sucedan no van a importar.

Yo no voy a las pedas a tomar. Hace tiempo entendí que hay una jerarquía de importancia en la vida. Está el respirar, la alimentación, la ingeniería y todas esas cosas que dijo Robin Williams que son importantes para sobrevivir en aquella película donde se muere un poeta. Luego estan las cosas por las que queremos seguir viviendo, ¿no? El arte, la música, la poesía, las mujeres. Las personas. Lo único que en verdad importa. A eso voy yo. A escarvar lo más posible en la humanidad de otras personas, esperando que aquella humanidad reviva la humanidad en mí.

El obstáculo principal en aquella, la matriarca de todas mis metas, es aquel que la humanidad muy tontamente imprimió sobre sí misma. El concepto de la etiqueta y la construcción social. No puedes solo preguntar lo que quieres y expresar lo que sientes. Tienes que ser indirecto. No puedes pedir lo que necesitas. Eso cuesta mucho. Hemos progresado un poco, ya nos dejan hacerlo en terapia y eso solo cuesta tiempo y dinero. Si tomas suficiente alcohol, aquellas expresiones y confesiones las puedes intercambiar a un buen crédito. Aún en esos casos, las pagas con intereses en los meses y años después. «La cuenta y dos policías», como siempre dice mi papá.

A medida que se reduce la cantidad de latas en la hielera, crece en mí una angustia que vive en mi mente y no paga renta. «Esto se va a acabar.» Igual que la vida. La vida y la peda, gran analogía para el existencialista en mí. El tiempo pasa demasiado rápido. Antes de que yo––

Perdón, me distraje porque salió una canción muy buena en la playlist que estoy escuchando.

Antes de que yo satisfaga mi hambre por consumir las multiples personalidades interesantes a mi alrededor, empiezo a sentir el principio del final. Para ser claro, la peda se empezó a acabar el momento en el que empezó, pero el punto es que ahora lo empiezo a sentir. Todavía es temprano, pero la peda es bella precisamente porque es corta. A lo mucho estas ahí cuatro o cinco horas.

Cuatro o cinco horas parecen poco. No son suficientes para las corporaciones, esas exigen ocho al día. No son suficientes para un viajar de Monterrey a Seattle, eso te toma todo un día.

Resulta que cuatro o cinco horas son suficiente para casí todo lo que importa. Son suficiente para desarrollar el noventa porciento de la base de una amistad que va a durar toda la vida con una persona que acabas de conocer. Son suficientes para perder una amistad que tienes el noventa porciento de tu vida queriendo y vas a seguir queriendo aunque ellos ya no te quieran a tí. Eso ya me pasó suficientes veces, no es sorprendente el hecho de que le tengo mucho miedo.

Cuatro o cinco horas son suficientes para enamorarte de una mujer que no se va a enamorar de tí. Son suficientes para que una mujer en la que no vas a volver a pensar se enamore de tí, aunque nunca te enteres. Son suficientes para que tengas la mejor noche de tu vida y pases los próximos sesenta años enojado porque nunca te vas a volver a sentir tan feliz. Tan completo. Tan acompañado.

Y al final, cuatro o cinco horas no son suficientes. No alcanzan. No llenan. No piden perdón. Te dejan queriendo más. Ellos no lo entienden. Dicen «ya me quiero ir, bye, nos vemos.» Como si estuvieran seguros de que nos vamos a volver a ver. Como si lo bueno durara tanto como lo malo. Cómo si las estrellas fugaces aparecieran en el cielo para siempre y los fines de los mundos no fueran absolutos y eternos. Algunos tienen a alguien esperándolos en casa. Estar allá, con ellos, es mejor que estar aquí, contigo. Algunos estan bien consigo mismos, estar allá, solos, no es muy diferente a estar aquí, contigo. Yo no soy algunos. Nunca he sido. Siempre he sido yo, y ellos aparte. Ellos contra mí. Ellos queriéndose ir y yo queriendo que se queden, para siempre, mientras no me estorben. Y me quedo hasta que no me puedo quedar más. Por eso siempre soy el último en irse de la fiesta.

Pienso en irme. En subirme a un uber por cinco minutos a las tres de la mañana, para llegar a casa, acostarme y ver el techo por dos horas. Dos horas donde no hay nada más que el sonido aturdidor de mis propios pensamientos. Pensamientos que me acostumbre a tener hace mucho tiempo, de los que no puedo escapar y, para ser honesto, no quiero perder. Mis pensamientos son los únicos que me acompañan. Han estado aquí desde que era feliz, porque no sabía que había tanta soledad, tanto dolor y tanta pena en las vidas de los demas y en mi propia existencia. Tanto por querer que no puedo tener, tanto por haber tenido y ser lo suficientemente estupido para haber perdido. Tanto de lo cual arrepentirme. Tanto por temer y tanto miedo por vencer. Por un momento, muy muy corto, lo entiendo. La soledad es una carga demasiado pesada para cargarla solo.

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