Es bello vivir en una ciudad en la que las estaciones son más que una forma de dividir el calendario en cuatro. Donde las palabras «germinar», «florecer», «marchitar» y «morir» pertenecen cada una a alguno de los meses. Verás, aquí abril es verde y rosa. Diciembre es verde y gris.

Yo nací un día antes que la primavera. Tomó veinticinco años para que eso significara algo. Allá el equinoccio primaveral era solo un día más entre doscientos de calor en un año. Aquí es uno en el que los días dejan de ser cortos y las noches largas. Es un día donde se tropiezan menos los rayos del sol. Ya llegan y a uno le acarician la cara. Un día en el que el techo de los parques se pinta de verde, rosa y amarillo. Un día en el que, de alguna forma, las cosas vuelven a empezar. Se reforman. Renacen.

No es mi intención menospreciar la belleza de mi ciudad natal. El lugar que por tanto tiempo llamé hogar es tan bello como aquí, pero en diferentes formas. Como todo, ¿no? De allá, aunque ya se siente como la casa de alguien más, he tenido mucho que decir. De aquí, un año después, todavía hay mucho por conocer. Mucho por entender. Mucho de lo cual enamorarme.

Mi vida ahora es muy diferente. Creo que pienso igual, pero lo que me rodea no es lo mismo y las conclusiones por consecuencia son distintas. He visto más del mundo. Del planeta, sí, pero también de lo que solemos llamar «la vida». Me conozco mucho mejor, pero también confío mucho menos en ese conocimiento. Ya lo que he escrito antes por aquí, que no es mucho pero es honesto, está desactualizado. Si lo volviera a escribir, sería algo muy diferente. Y así se va a quedar, incorrecto, porque aunque ya no es quién soy, es quién fui y eso es tan parte de lo que soy como las palabras que escribo hoy me van a llevar a ser quién voy a ser (perdón).

Aquí, valiéndome por mí mismo, encontré miedos que no sabía que tenía. Los enfrento todos los días. Esos miedos ganan más días de los que me gustaría admitir. Y, lo que es peor, hay días donde simplemente me rindo y los dejo ganar sin dar pelea. Me duele, pero eso está bien, porque aún en esos días que no les doy pelea, si me paro enfrente de ellos y los miro a los ojos.

Además de miedos ya también poseo nostalgias, melancolías, añoranzas y arrepentimientos. Éstas son emociones adultas. ¿Qué podía extrañar un niño que apenas estaba conociendo cosas y no había perdido todavía nada? De un día para el otro, fui de ser alguien que lo tenía todo a ser alguien que lo extrañaba todo. Sigo aprendiendo cómo existir así. Creo que esa parte me gusta. Me hace sentir que esos primeros veinticinco años no los desperdicié completamente. Me hace entender que he sobrevivido más de lo que puedo recordar.

Me apena decir que la opinión que tienen las personas sobre mí me resulta más que solo una curiosidad. Le doy importancia. Intento no preguntar. No es mi derecho saberlo. El caso es que yo no se si a mí me han visto como alguien fuerte. Yo siempre creí que era muy fuerte porque nada me podía afectar. Me pasaban cosas muy malas y no me pasaban muchas buenas, pero yo me sentía bien. Ahora se que en realidad nada me afectaba porque tenía todo lo que necesitaba a mi alcance. Aquí, ahora, lo que necesito siempre lo tengo que buscar. A veces no lo encuentro. Las cosas ya me afectan más y todo el tiempo. Ya no me considero alguien fuerte. Me hice más fuerte, pero me sé mas débil. Solo soy muy terco y testarudo y por eso no he dejado de caminar hacia adelante. Qué suerte, ¿no?

Y ahora estoy enojado conmigo mismo y no entiendo muy bien porqué. Intento recordarme a mí mismo que soy muy afortunado y sigo de pié. Que hay otros que la tienen peor y están mejor que yo. Me siento inferior porque ellos son mejores para estar bien. Me enojo porque siento que estoy fracasando y eso no me lo puedo perdonar. Nací descompuesto, pero me exijo estar arreglado. Aunque todos somos diferentes, me cuesta mucho creer que en eso no seamos iguales. ¿Cómo es posible que los demás vean la vida tan diferente a como la veo yo? ¿Que todos estemos en el mismo cuarto pero solo para algunos esté la luz encendida? ¿Será, más bien, que los demás tenemos los ojos cerrados?

Todavía me da miedo irme a dormir. A diferencia de hace algunos años, ya nunca le temo a la oscuridad. Ahí no hay nada que me pueda lastimar. Creo que me da miedo dejar al inconsciente manejar. Él no tiene las defensas que yo me construí. A él cualquier golpe le duele demasiado. Tampoco confío en el. Me agrede cuando bajo la guardia. Eso es irse a dormir, bajar la guardia. Y cuando despierto, aun con la guardia baja y antes de que pueda levantar los brazos, llegan los verdaderos monstruos a asustarme.

No solo las flores renacen en la primavera. Yo encontré que la persona que era ya estaba marchitando porque el verano se convirtió en otoño. Ya había pasado antes, va a volver a suceder. El caso es que de mis ramas cayeron las hojas y, por una temporada extendida, cubrieron al suelo de naranja y café. Me deshice porque me tenía que reconstruir. Cómo todo lo que en la vida vale la pena, es un proceso bello y doloroso. Aunque antes siempre lo veía, ya a veces no veo lo bello, pero lo doloroso es evidencia de que lo bello está ahí, y confío en eso. Aquellas hojas no las recogí del suelo. Las hojas verdes de la nueva primavera nunca son las mismas que cayeron cafés el otoño pasado. Siempre son hojas nuevas. Nosotras las personas también somos así. Cuando después de deshacernos, nos rearmamos, ya no somos la misma persona. Y tampoco somos siempre mejores después de una transformación. Eso está bien.

Comparte tu opinión o sugiere un tema para mi próxima entrada en un comentario aquí abajo, o escríbeme por Twitter @hectormg.io o por correo electrónico. No olvides compartir esta entrada en Facebook, Twitter o LinkedIn utilizando los botones aquí abajo. Si te gusta el blog en general, ¡recomiéndaselo a tus amigos!

Comments