En mi más reciente esfuerzo por satisfacer una insaciable sed de nutrición cultural, me he visto en posesión de un tocadiscos que resulta, sin lugar a duda, anacrónico. En un departamento metropolitano atiborrado de bocinas inteligentes, en el que basta decir «Hey Siri, play Dua Lipa» para escuchar a mi musa del momento e imaginármela bailando en el video de Levitating ft. DaBaby, una colección de acetatos pareciera estar fuera de tiempo. Y aunque cada uno de los temas y canciones que ahora guardo inscritos en LPs están tan convenientemente respaldados en la nube, no pude evitar adquirir sus versiones analógicas.

Después de tachar los básicos, desde Kind of Blue de Miles Davis, pasando por Songs About Jane de Maroon 5, hasta Make it Big de Wham!, me vi en el absoluto menester de ordenar una copia de la banda sonora de Cinema Paradiso en formato LP. Desde que llegó de Londres y durante una semana, este el álbum permaneció sellado en su empaque, pero al llegar la noche del viernes, me dispuse a colocar el disco dorado bajo la aguja de mi humilde tornamesa. En mi insuperable impaciencia, me brinqué el lado «A» y reproduje directamente el lado «B» que empieza con «Tema D’amore Per Nata». Me tiré en el sofá, cerré los ojos y me dejé llevar por las dulces notas del recientemente fallecido Ennio Morricone. Tan pronto terminó el tema, levanté la aguja y compré Cinema Paradiso en mi Apple TV.

Disfruté la película cómo nunca la había disfrutado. Como es natural al ver una película una y otra vez, me la pasé observando detalles que antes había pasado por alto. Noté que mientras, al aire libre de la costa Siciliana, Toto proyectaba Ulysses (1954) de Mario Camerini, una película que trata, apropiadamente, de la Odisea, el mismo Toto sufría en su reflexión el hecho de que pasaría mucho tiempo antes de que, sin certeza alguna, él pudiera volver a estar con su amada (la cual llegó unos segundos después a sorprenderlo con un beso en la lluvia torrencial porque ya se me estaba olvidando que estaba viendo una película y Giuseppe Tornatore no iba a dejar que se me olvide).

Aunque la película me hizo sentir cosas bellas que tenía tiempo sin sentir, no podía evitar sentir también una profunda envidia por la niñez de Toto y la claridad con la que la recordaba. Aquella niñez se vió tan claramente definida y profundamente marcada por una amistad completamente fortuita y orgánica con un proyeccionista sencillo y tan hábilmente paternal. Pensé que desearía haber crecido en aquel lugar y tiempo en el que la vida era tan simple que parecía complicada, que en realidad importaba. Lamenté que Salvatore pudiera, ya muy adulto, recordar con detalle cinematográfico las incontables tardes qué pasó extasiado en el cuarto de proyección con Alfredo, mientras yo batallaba para recordar las más significantes de las memorias de mi infancia.

Y entonces llegó uno de los momentos más poderosos de la película. Habiendo regresado Toto de su servicio militar en Roma para encontrar que, en su ausencia, todo en Giancaldo había cambiado, Alfredo, su figura paterna, le implora se regrese a Roma y construya una vida con una ambición infinitamente mayor a la que podría cumplir en Sicilia.

La vida no es como la has visto en el cine, la vida es más difícil. ¡Márchate! ¡Regresa a Roma! Eres joven, el mundo es tuyo, yo ya soy viejo, no quiero oírte más, sólo quiero oír a otros hablar de ti.

Alfredo

Momentos después, cuando Alfredo se despedía de Toto en la estación del tren, implorándole que no vuelva y no se deje vencer por la nostalgia, amenazando con no abrirle la puerta si volvía a Giancaldo, dejé de ponerle atención a la película.

Me hundí en pensamientos prolongados y profundos sobre mi propia experiencia acercándose el primer aniversario desde que dejé el nido. Recordé con mi propia nostalgia aquellas veces que le expresé a mis padres mi miedo y duda sobre mudarme a un país diferente, donde no estaría con ellos ni todos los que, hasta ese punto, me habían querido. Francamente no me asustaba empezar de cero ni estar solo. Lo que me asustaba era sentir que los estaba abandonando. Mis papás siempre me han dicho lo mismo. Que tengo que hacer mi vida propia y tomar mis decisiones por mí mismo, no por ellos ni por nadie más. Que aunque me iban a extrañar, estarían felices de oír, aunque sea solo una vez al mes y por teléfono, lo bien que me iba a ir. A diferencia de Alfredo, no me pidieron que los olvidara ni que nunca regresara, pero de alguna forma me pidieron que no me deje vencer por la nostalgia, que no me desgaste pensando en ellos y a todos los que extraño. De alguna forma me hicieron entender que yo me iba a ir, aunque ellos mismos me tuvieran que largar.

Cuando acabaron de resonar las palabras de Alfredo con las de mis padres, me di cuenta de que no recordaba en lo absoluto las palabras con las que mis padres me comunicaron todo eso. Me di cuenta de porqué no había encontrado las memorias de mi niñez en el lugar que las estaba buscando. Me había concentrado en buscar momentos específicos de mi infancia, palabras exactas que dije y escuche, interacciones particulares que catalogué. Pero yo no viví mi niñez en momentos distinguibles ni interacciones memorables. Las memorias que estaba buscando las encontré cuando me puse a pensar en quién soy. Mi vida, cuando la intento pesar y medir en su totalidad, es una bola revolcada de errores, amistades, pérdidas, aciertos, fracasos, lecciones aprendidas, éxito, arrepentimiento y emoción. La mayoría del tiempo es difícil concretar cualquiera de las cosas que hice o me pasaron, pero no me cabe duda de que las mismas se encuentran en cada acción, palabra y pensamiento que conforman el quién soy yo.

Verás, fiel lector, no te puedo decir con ningún grado de certidumbre dónde estaba ni que palabras usó mi papá cuando me enseño que lo único que importa es vivir la vida completa, con todo lo que trae, bueno, malo y regular, con absoluta intensidad, disposición y decisión. Que no solo es necesario arriesgarlo todo para vivirlo todo, sino que tomar esa apuesta iba a ser la única decisión sensible cada vez que me la topara. Que iba a tener miedo y era en esos momentos que era importante actuar. Que me iba a equivocar mucho, feo y a diario, y tenía que entender que cuando uno vive la vida intensamente sin conocimiento del futuro, nada resulta más correcto que un error honesto. No te puedo decir cuándo ni dónde, pero mi papá me enseño a buscar la belleza que la vida tiene y entender que para tenerla yo se la iba a tener que arrebatar. Lo que te puedo decir es que hoy vivo con un hambre insaciable por esa belleza. Ese soy yo.

Tampoco sé si fue cuando mi mamá me cantaba El Oso Carpintero o la discografía entera de Cri Cri antes de dormir, o cuando yo llegaba a la casa de noche para encontrarla siempre leyendo un libro diferente, pero mi mamá me enseño las formas de apreciar la misma belleza que mi papá me inspiró a buscar. A encontrarla en los libros escritos por aquellos que han sentido tan profundamente como yo. A describirla con palabras que sean bellas en sí mismas y expresársela a quienes me importan y me rodean, sin reservas y, cuando sea posible, en francés. A compartirla cantando sin pena canciones de Mecano y Miguel Bosé en el carro, y otras a veces también en francés. Es imposible saber en cual de esos miles de momentos mi mamá me contagió la envidiable habilidad de apreciar la belleza de la vida a través del arte en todas sus formas, pero no tengo duda de que el artista en mí no es una lista de pasatiempos, sino una entidad inseparable de mi propia identidad. Ese soy yo.

Y aunque a veces, cuando intento recordar mi infancia, siento que no hay memorias formativas como las que tiene Toto, entiendo hoy que las cosas que me enseñaron mis papás se volvieron tan parte de mí que no las veo como algo que me pasó, si no algo que soy. La vida no se divide en escenas, no cabe en un rollo de película, no se puede rebobinar y volver a ver. La vida se vive un día a la vez, se recuerda no en diálogos, sino en decisiones informadas por la experiencia, las lecciones que aprendemos y las aspiraciones que nos heredan y nos contagian aquellos que nos rodean.

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