Mi vida hasta el momento ha estado repleta de una amplia variedad de intereses, prácticas, habilidades y enfoques. He probado más deportes, instrumentos y actividades recreativas de las que sería sensible enlistar. Entre todas estas disciplinas e intereses, existe un conjunto reducido que ha estado presente con mayor constancia y consistencia que los demás. Si tuviera que elegir el más importante, constante y permanente, sería el arte.

No me elude el hecho de que cada quien tiene una definición personal y subjetiva del arte. En mi propia experiencia, su esencia y definición ha variado casi tanto como mi estilo artístico personal. Mi entendimiento y conceptualización del arte como un aspecto de la realidad que habitamos ha evolucionado en paralelo con mis propias habilidades artísticas técnicas y críticas.

Mi inducción al mundo artístico

Toda historia que vale la pena contar tiene un origen que al protagonista le parece instrumental. Mi historia artística empieza, como la de muchos otros, en el aula escolar. Con la importancia que le doy al arte en mi vida, sería extraño no recordar las primeras experiencias significativas que tuve con él.

Cuando cursaba el segundo año de la escuela primaria, la maestra empleaba como incentivo una «hora libre» en la que cada alumno podía elegir entre escribir, leer o dibujar (con suerte algun día hablaré sobre la ironía de catalogar una decisión tan limitada como «libertad»). Curiosamente estas se volvieron tres de mis pasiones principales con el paso del tiempo.

En cada hora libre yo alternaba entre las tres opciones de forma que se podría considerar bastante balanceada. Aunque la lectura y la escritura creativa son actividades que, por naturaleza, son individuales y solitarias, mis compañeros y yo encontramos que del dibujo podíamos hacer una actividad social. Con mayor frecuencia que cualquier otra cosa, dedicabamos la hora libre a dibujar monstruos y criaturas tan horribles como nos lo permitiera nuestra habilidad primitiva.

Mis amigos, unos más que otros, tenían un talento natural. Independientemente de sus habilidades artísticas técnicas, el factor creativo era una arena sobre la cual tenían total superioridad sobre mí. Mientras mis amigos dibujaban pesadillas y criaturas dignas de un cuento Lovecraftiano o una épica de la antigua grecia, yo estaba limitado a dibujar burros con mandíbulas hormiguescas y orejas de perro. Mis monstruos habrán sido capaces de generarle a la sociedad un miedo por las futuras generaciones de artistas, pero de aterradores no tenían absolutamente nada.

Mis amigos, inocentes y sin malicia alguna, no callaban una sola opinión devastadora. «Dibujas bien feo», «Tu monstruo está bien chafo», «No tienes talento, mejor dedicate al software». Tal vez me haya inventado la última, pero la franqueza hiriente de un niño es el peor insulto que pude recibir en un principio.

Cualquiera que haya visto la película Whiplash conoce la historia de Charlie Parker Jr., el saxofonista de jazz legendario también conocido como «Bird». La leyenda cuenta como Jo Jones, un baterista de jazz apasionado, por asi decirlo, se enojó tanto cuando Parker perdió el ritmo mientras tocaban juntos en un club nocturno que le arrojó un platillo de su batería en la cabeza. Parker, humillado, dejó el club con la promesa de que volvería con tal fuerza y genio que jamás sería olvidado.

Efectivamente, Parker practicó y se dedicó al arte con tal pasión y fervor que volvió a la escena para convertirse en uno de los saxofonistas y músicos de más importantes en la historia del jazz y la música en general. Mis amigos de la primaria fueron mi Jo Jones, aunque, por el momento, no soy un artista del nivel ni renombre de Charlie Parker.

Con el mal sabor de boca que solo puede dejar una humillación tan hiriente y penetrante como la que sufrí ante mis amigos al dibujar monstruos, bajé la cabeza, le pedí a mis padres que me inscribieran en clases de dibujo, y el resto es historia.

A lo largo casi quince años, practiqué el dibujo de forma constante, al grado que el arte se aferró a mi identidad. Pasé de ser alguien a quien le gustaba dibujar a ser un dibujante. Pasó de ser una actividad a ser parte de mí. Mi ambición artística y una cantidad importante de apoyo y aliento de parte de otros artístas me permitió probar distintos medios, estilos y enfoques en el arte. Hasta la fecha, he experimentado tanto con medios tradicionales cómo los son el dibujo, las acuarelas y los óleos, como con medios menos convencionales como lo son el arte digital y urbano. Hoy en día me considero un artista en todo el sentido de la palabra.

Mi interpretación de la esencia del arte

Mi objetivo aquí no es definir, clasificar ni limitar que se puede considerar arte y que no. Me queda muy claro que eso, como cualquier otro tema relacionado al arte, es puramente subjetivo. Cada quién decidirá, ejemplo tras ejemplo, si una pieza constituye o no arte para ellos. Mi perspectiva personal es que para que algo sea arte, solo se requiere que el autor lo considere como tal. Después de todo, aquel que emprende en un ejercicio artístico es la máxima autoridad en su clasificación. El dueño de la obra tiene la última palabra.

Mi intención real es profundizar sobre la esencia del arte según lo que significa para mí y de acuerdo a mi experiencia con el. Quiero explicar lo que busco yo cuando hago arte y lo que creo que el arte representa a un nivel filosófico para la humanidad. Solo quiero ponerlo en otras palabras.

La Real Academia Española tiene como sus primeras dos entradas para la palabra «arte» las siguientes definiciones:

  1. Capacidad, habilidad para hacer algo.

Técnica y etimológicamente hablando, la anterior es la definición más apropiada. Sin embargo, no es la que me interesa dado que pertenece a un concepto ajeno a aquel sobre el que busco profundizar.

  1. Manifestación de la actividad humana mediante la cual se interpreta lo real o se plasma lo imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros.

Esta última definición me agrada más, pero es solo eso, una definición. El concepto engloba (con toda la intención) una amplia gama de prácticas, tradiciones, disciplinas, sujetos y objetos, con el objetivo de comunicar concretamente lo que se puede clasificar y no como arte.

Las implicaciones del arte como concepto

Más que definiciones, me interesan las implicaciones. En su esencia, el arte es un medio de comunicación. Aún si el autor tuviera como objetivo generar una obra a la cual no se le encuentre mensaje alguno, la mera intención de la obra comunicaría algo sobre el autor y su identidad. La manifestación de la actividad humana, como bien lo pone la RAE, no tiene otra alternativa que comunicar alguna idea, emoción, intención o concepto.

Ya sea que las mases puedan estar de acuerdo sobre el mensaje detrás de una obra, cómo lo es el caso de artistas como Banksy, que abordan el arte como activistas, o que la intención y mensaje del autor permanezcan como un misterio, cómo es el caso de la Mona Lisa de Da Vinci, inevitablemente existe información en las obras. Al ponerse la obra al alcance de un público, conocedor o no, la obra se interpreta de forma subjetiva, comunicando algo específico a cada par de ojos, oídos o hasta paladares que la perciban.

El caso del arte que yo produzco es uno interesante. Muy poco de mi arte tiene como enfoque evocar y comunicar emociones o filosofías que yo sostengo. Esto es por que aun estoy en una etapa en la que me enfoco en reproducir, ya sean obras artísticas existentes o bien, objetos y sujetos de la vida real. A pesar de que las reproducciones sean vehículos a través de los cuales parece imposible comunicar ideas y pensamientos originales, siguen representando interpretaciones únicas y personalizadas de mi propia experiencia al percibir la realidad.

Al reproducir en grafito a La jóven de la perla, no solo estoy filtrando los segmentos que yo puedo percibir y reproducir de la información que nos proporcionó Johannes Vermeer, sino que además le estoy agregando aquella información que surge de mi propia percepción de la realidad, ya sea en un sentido visual, emocional o hasta filosófico, limitado, constructiva y destructivamente, por mi propio nivel y habilidad artística particular.

La joven de la perla
La joven de la perla de Johannes Vermeer - Reproducción en grafito

Ya sea que en conjunto mi percepción y la habilidad que tengo para manifestarla sobre cualquier medio sean o no congruentes con la realidad absoluta, el ejercicio artístico sufre, no necesariamente de forma negativa, de una carga psicológica sobre la que el artista a veces no tiene control ni conociemiento.

Después está la función que no solo el arte en si, sino su ejercicio tiene para el artista. Yo encuentro que el acto de producir arte, además de llenar una curiosidad y hambre estética interminable, tiene un efecto catártico y, en ocasiones, terapéutico. El nivel de enfoque que requiere el arte varía de práctica a práctica, pero en mi caso tiende a requerir tal concentración que todo lo demás pasa a segundo plano. El nivel de satisfacción que recibo al terminar una obra es tan potente y nutritivo como la experiencia detrás de cada trazo del lápiz o el pincel. Encuentro que el punto es tanto el camino como la meta. El arte para mi es tanto el medio como el fin.

Y, ¿qué hace al arte tan especial entre los medios de comunicación? Con la excepción de algunas formas de arte literario que se enfocan en describir la realidad de forma explícita, encuentro que el arte como medio de comunicación es un ejercicio en la evasión. Busca comunicar verdades evitando articularlas de forma explícita o verbal. Aún cuando la verdad que se comunica no es intencional, obvia, correcta, precisa o, aunque parezca contradictorio, veraz, el ejercicio artístico implica la manifestación de una verdad.

Cada obra artística en la que yo puedo pensar constituye un aforismo, sea esa o no la intención del autor. Son verdades concentradas a una sola imágen, concepto, pieza musical o cualquier otra representación posible con la implicación particular de que son al mismo tiempo totalmente limitadas e innegablemente abiertas a cualquier interpretación. La pieza artística es un esfuerzo del artista, intencional o no, por aislar del resto del ruido y la información la verdad que, consciente o inconscientemente, perciben en su propia realidad, sin importar cuan falsa, fantástica o incomprendida sea en un contexto objetivo.

Comparte tu reflexión

Por último, me gustaría dejarte algunas preguntas para reflexionar:

  • ¿Tienes un concepto profundamente desarrollado de lo que significa el arte para tí?
  • ¿Estas consciente de las implicaciones que tu mismo le atribuyes al arte?
  • ¿Puedes poner en palabras el criterio que utilizas para clasificar lo que es arte y lo que no?
  • ¿Crees que el arte tiene un propósito más fundamental que la comunicación?
  • ¿Crees que es posible separar el artista de su obra?

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